martes, 26 de octubre de 2010

LIMA, UNA CIUDAD EN GUERRA NO DECLARADA

Siempre nos preguntamos cuanto de cierto habrá en todos esos informes económicos que indican que el Perú está a la vanguardia del crecimiento económico de América Latina y que la pobreza se ha reducido en un 30%. Claro, la tasa de crecimiento puede ser engañosa por que lo importante es la magnitud y no el porcentaje de crecimiento, pero en  lo relacionado a la pobreza realmente no lo podemos creer, salvo que sean los pobres del partido aprista. Sabemos también que en alguna forma el narcotráfico influye en los indicadores económicos empleados y probablemente también la emisión de moneda falsa, que está haciendo famosa y peligrosa a nuestra nación.





Sin embargo, aparte del boom de construcción impresionante que tenemos,  nuestra capital no presenta avance alguno que demuestre que estamos camino hacia un estándar de vida mejor, tanto económico como social, como lo han hecho notar ciertos expertos extranjeros, comentando  que ahora se ve toda una variedad étnica en los restaurantes y centros de diversión. Ya no se puede decir que sólo los “blanquitos” tienen dinero ni que sólo los cholitos y negritos son los que asaltan o secuestran. Ahora la diferencia social nada tiene que ver con la raza, con excepción, por supuesto de la gente no integrada que vive en los sitios más remotos de nuestra sierra y selva.

Lo cierto es que en nuestra capital respiramos una atmósfera beligerante. La gran mayoría no somos amigos sino todo lo contrario. No hay cortesía ni respeto por el prójimo. No se trata pues de ayudar sino de impedir, obstaculizar, agredir o insultar o pelear. ¿Hasta cuando tendremos que soportar esta innoble situación? ¿Qué tenemos que hacer para que todos volvamos a ser amigos?

Vemos también  que cada día esta situación se agrava y no podemos decir que es una minoría la que incumple o agrede. Todo lo contrario, es la gran mayoría la que incumple y se rebela contra las buenas costumbres adquiridas a lo largo de siglos de convivencia  enseñada por nuestros ancestros.

La administración gubernamental continuamente comete errores al tratar de poner fin a todos los desmanes y atropellos que vemos a diario cometidos por los que rechazan las normas de comportamiento amigables. Si los delincuentes usan armas para atacar, el gobierno dispone la prohibición total del uso de armas afectando al ciudadano promedio y a sabiendas que los delincuentes ni caso hacen a las leyes. ¿El resultado? Los delincuentes atacan con la seguridad que la mayoría de las víctimas están desprotegidas. Si los delincuentes en potencia no respetan los semáforos, hay que poner rompe muelles 10 metros antes de los cruces, afectando también a la gente que cumple el reglamento de tránsito. A todo esto se suman más obstáculos como huecos (baches) enormes sin reparar por años , ojos de gato y “ladrillos rojos” obstaculizantes que realmente degradan la honorabilidad de las personas que sí cumplen y se ven agredidos por estas disposiciones descabelladas.
 
El chofer peruano promedio no tiene consideración de ningún tipo con aquellos que de alguna forma están en dificultades. El que conduce siempre está evitando ayudar al que está encerrado . Ya sea al salir de un garaje, salir de un carril obstruido o al tratar de cruzar una vía de menor jerarquía. Son los choferes del transporte público los más belicosos e imprudentes y siempre cierran los cruces sabiendo que no hay espacio suficiente para dejar libre la vía transversal. Los policías no castigan este tipo de faltas. Si se reduce el número de vías, nadie tiene en mente que de las dos columnas afectadas solamente debe avanzar un auto por vez. Es decir, en forma alternada, un auto de cada columna.

El alcalde metropolitano ya ha tomado como costumbre cerrar continuamente la plaza de armas, ya sea para sus exhibiciones populares con música estridente o evitar la llegada de huelguistas a Palacio de Gobierno y sin importarle lo más mínimo la tranquilidad de los que viven o trabajan en sus cercanías. Ya nos olvidamos para que se hicieron el Campo de Marte y la Concha Acústica. Está prohibido estacionar autos en la Plaza de Armas limeña pero no para los autos oficiales. Me imagino que tendrán corona. Las calles limeñas son muy angostas, con dos carriles de circulación y sin espacio de estacionamiento pero aún a así se dan el lujo de permitir poner taxis en espera anulando un carril. Esto lo vemos a diario en el jirón Callao, antes del cruce con Jirón de la Unión. A las autoridades no se les ocurre que lo correcto es que estos taxis tengan su paradero más adelante, en plena Plaza de Armas. Así no obstaculizarán el tránsito vehicular privado de ese jirón. Pero como eso significa "ayudar" y no "obstaculizar" o "fastidiar", esas ideas nunca le pasan por la cabeza.
Volviendo a los rompe muelles o gibas. Ya en una oportunidad, hace como treinta años atrás, esta situación se produjo y proliferó hasta límites increíbles pero durante el segundo gobierno del presidente Fernando Belaunde se dispuso la eliminación total de todos esos obstáculos.  Ahora, han vuelto a nacer y proliferar en forma alarmante y esperamos que un nuevo gobierno, con dos dedos de frente ponga coto nuevamente a este atropello que no tiene nombre. El candidato al MML en el año 2010, Humberto Lay, fue el único que ofreció eliminar los rompe muelles pero lamentablemente no fue escogido por las encuestadoras para catapultarlo.
Creemos que con la plata que se gasta para hacer rompe muelles y comprar ojos de gato o ladrillos rojos obstaculizantes, se podrían reparar muchos huecos en las pistas. Ojalá que el presidente Alan García se de cuenta de ello y ordene pronto el cambio que necesitamos.
Carlos Reyna Arimborgo 
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